Hace ya tiempo publiqué La promesa de Yuko, un cuento de Shirukuni en Lektu. Y ahí sigue, puedes cargarlo sin problemas para leerlo en tu ebook. Sin embargo, he querido aprovechar las vacaciones de Navidad para subirlo al blog así que, si lo prefieres, puedes leerlo aquí directamente. La historia transcurre en Shirukuni, el mundo que creé para mi saga literaria, de la que puedes leer más aquí. con este breve cuento, cerramos el año.

Espero que lo disfrutes y que tengas un feliz 2018.

La promesa de Yuko

Un cuento de Shirukuni

M. H. Isern

 

Año 694 de Amaterasu.

Eto Hiroki y Yuko se adentraron en el bosque. El otoño exhibía sus más bellas galas y lucía una hermosa y crujiente alfombra de hojas ocres, anaranjadas y marrones. Los árboles, casi desnudos, agitaban las ramas más altas y enclenques al son marcado por el viento. En el cielo, unos tímidos rayos de sol luchaban por abrirse paso entre las espesas nubes, que prometían tormenta, y regalar un poco de aquella calidez que recordaba al añorado verano.

La intención de Hiroki y Yuko era explorar la montaña y descubrir qué había pasado con Eto Ren, el hermano de Hiroki. Ren había sido enviado junto con un grupo de samuráis a investigar los extraños sucesos que tenían atemorizados a los campesinos de las aldeas cercanas: visiones de fantasmas, desapariciones… Se habían marchado hacía dos semanas y no habían regresado. A Hiroki le sorprendía que, siendo Ren un poderoso hechicero experto en magia de viento, no hubiera intentado ponerse a salvo y regresar al castillo en caso de gran peligro, pues Ren podía volar con facilidad gracias a los espíritus elementales del viento. No cabía duda de que algo malo había ocurrido, pero en lo más profundo de su corazón, Hiroki sabía que su hermano estaba vivo y debía encontrarlo.

Yuko era una veterana sacerdotisa en un templo de Amaterasu, la Diosa Sol y, al igual que Ren, era yamabushi y tenía el poder de controlar los espíritus elementales; pero, a diferencia de este, era experta en el elemento de la tierra. Hiroki hubiera preferido a un maestro del vacío, pero todos los Onmyoji residían en la capital o en las tierras de la Gran Casa del Vacío, al norte de Shirukuni. Tuvo que conformarse con aquella sacerdotisa, cuyo objetivo era purificar el lugar y librarlo del mal que pudiera habitarlo. La mujer, a pesar de su avanzada edad, se movía con el brío y la energía de la juventud, como si aquel hermoso entorno alimentara su cuerpo y alentara su espíritu.

Llevaban horas caminando, subiendo y buscando pistas o algún rastro por la falda de la montaña.

—Hiroki-san, tú que eres de esta tierra, ¿alguna vez has visto algo extraño? Vengo de lejos y poco sé de esta provincia —preguntó Yuko.

—No. De niño escuché historias sobre demonios que me llevarían si me portaba mal, y creo que llegué a ver alguno, supongo que mi miedo me hizo imaginarlos…

—Shhh —Yuko se llevó un dedo a los labios y miró alrededor. Parecía olisquear algo en el aire—. Huele a muerte —susurró—. Por aquí.

El joven samurái la siguió a través de los árboles y, en uno de los giros, se toparon con un montón de cadáveres descomponiéndose. Espantado, contuvo las ganas de vomitar. Reconoció a aquellos hombres y mujeres, eran los samuráis que se habían marchado con su hermano. Y Ren no estaba entre ellos. Yuko, en cambio, contemplaba los cadáveres entristecida. Se inclinó junto a uno de ellos y le levantó con cuidado la tela del kimono, descubriendo el torso desnudo del cadáver; en él habían trazado un carácter que Hiroki no reconoció.

—Kuroni… —susurró ella.

—¿Kuroni?

—Es un demonio muy antiguo, se dice que vive atrapado en las montañas y que cada tres siglos intenta buscar una salida. Para liberarse necesita la ayuda de hechiceros que le lleven almas como ofrenda.

—Entonces, ¿crees que hay algún brujo intentando liberar a un oni?

—Sí. Y debemos darnos prisa, cada será más fuerte. Ves estos cuerpos, pero sus almas no están aquí y no han logrado viajar al otro mundo. Sufren cerca de aquí. Están prisioneras. ¡Vamos!

Siguieron su camino hasta que Yuko, movida por algún extraño impulso que la guiaba, encontró una grieta en la montaña y en ella nacía un rastro de sangre. «Magia de sangre», pensó Hiroki. Practicar magia de sangre era un crimen contra el Imperio y contra el Shogun, una blasfemia y los que la practicaban debían ser ajusticiados sin piedad. Asustado, se preguntó si Ren se había convertido en una víctima más de la magia de sangre.

—Debemos entrar —dijo Yuko con convencimiento.

—Sí. Yuko-san, debemos entrar. No sé qué vamos a encontrar, pero si Kuroni aparece, usa la magia de tierra, sin dudar. Provoca un terremoto, echa la montaña abajo y no permitas que Kuroni quede libre; aunque nosotros seamos sepultados.

—Te lo juro, Hiroki-san. Si es necesario, entregaré mis últimas energías en acabar con Kuroni.

Yuko encendió un pequeño farol y se adentraron en la lúgubre y angosta cueva. En las paredes había extraños símbolos perfilados con sangre. Hiroki contuvo una arcada, hedía a podredumbre. Yuko parecía más serena y mantenía la compostura, «estará acostumbrada a estas situaciones», dedujo el samurái. Entonces, comenzó a soplar un viento fuerte y frío desde el interior.

—Este viento no es natural, hay un yamabushi de viento cerca —sentenció Yuko,

A Hiroki le dio un vuelco el corazón ante la expectativa de hallar a su hermano con vida y aceleró el paso; quizá Ren estuviera luchando contra el brujo o el demonio y, sin duda, necesitaría ayuda. Avanzaron contra la intensa corriente hasta que se encontraron en una amplia estancia abovedada. En lo alto se abría una grieta que dejaba entrar la tímida la luz del sol y Yuko apagó el farol. Hiroki, horrorizado y desolado, contemplaba la escena. Se le heló la sangre cuando vio a Ren, su hermano, de pie en el centro de la sala, con los ojos en blanco y rodeado de infinidad de pálidos fantasmas y huesos quebrados.

—Está poseído, Kuroni lo está poseyendo. Poco a poco anulará su voluntad y, si no lo detenemos, el alma del hombre, el alma de tu hermano, se extinguirá para siempre. El hechicero de sangre no puede andar lejos —murmuró Yuko—. ¡Mira! ¿Alcanzas a ver ese pergamino?

Hiroki buscó con la mirada y vio en el otro extremo de la gruta un pergamino con un símbolo clavado en la roca con una daga.

—Ese hechizo es el que tiene encadenados a los espíritus, he de destruirlo de inmediato —dijo ella con convencimiento.

—De acuerdo, yo los distraeré. Recuerda tu promesa, Yuko-san.

Yuko afirmó con un gesto lleno de valor y resolución. Hiroki tuvo comprender que jamás había tenido tanto miedo, nunca se había imaginado a sí mismo en aquel macabro escenario. Lo habían preparado para la guerra, para luchar contra otros samuráis; no para enfrentarse a demonios y brujos. Respiró hondo, buscando dentro sí el coraje necesario para hacer frente a aquellos enemigos inmundos. Sacó sus dos espadas, katana y wakizashi, mientras Yuko se escabullía bordeando la pared. No pudo evitar admirar la actitud de entrega y la tenacidad de Yuko, y dio gracias a las Fortunas por haberla elegido como su compañera de viaje. Volvió a mirar a su hermano en trance y rodeado de espectros, y Hiroki sintió en su corazón la audacia necesaria para atacar.

—¡Eh! ¡Maldito brujo! ¡Sal de donde estés!

Los fantasmas se volvieron confusos y lo miraron. Ren no se movió. Los espíritus, pálidos y silenciosos, se abalanzaron contra Hiroki y él alzó las espadas para hacerles frente como fuera. De repente los fantasmas se desvanecieron. Yuko había destruído el pergamino mágico. Ren, con la mirada perdida, lanzó una poderosa ráfaga de viento hacia ella y la golpeó contra la fría piedra. La sacerdotisa cayó inconsciente, o tal vez muerta. En aquel instante, Ren pestañeó y parecía volver en sí.

—¿Hermano? —musitó.

Hiroki guardó las espadas y, ansioso, corrió hacía él y lo abrazó.

—¡Gracias al cielo!, ¿estás bien? Ven, tienes que ayudar a Yuko, intenta sanarla con tu magia…

—Espera.

—¿A qué?

—Antes necesitamos otro sacrificio.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —Hiroki miraba a Ren sin dar crédito, aturdido y paralizado.

—Gracias por venir, querido hermano, tu sangre servirá. —Ren sacó un cuchillo con rapidez y se lo hundió en el costado, Hiroki comprendió entonces que su hermano era el brujo que estaban buscando. Demasiado tarde.

Las paredes comenzaron a moverse y el suelo temblaba. Hiroki se giró buscando a Yuko con la mirada pero no la encontró en el lugar en el que había caído.

—¡Llegó la hora! ¡Kuroni se acerca!—gritó Ren lleno de euforia.

—No, te equivocas —exclamó Hiroki con debilidad—. Yuko ha cumplido su promesa.

 

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