No he leído muchos mangas, lo confieso; profundizar en ellos en una asignatura pendiente pues son todo un referente dentro de la cultura japonesa. Sin embargo, no voy a reseñar un manga japonés, sino uno firmado por la ilustradora granadina, Belén Ortega. Hoy hablamos de Himawari editado por Planeta Comic. Dado que Belén Ortega y yo somos dos españolas enamoradas de la cultura e historia niponas, y que ambas contamos historias sobre samuráis, ¿cómo no hablar de su Himawari?

Nos encontramos ante un tomo de unas 160 páginas en blanco y negro (salvo unas primeras páginas en color) con el modo de lectura tradicional japonés, de izquierda a derecha. Los fantásticos dibujos de Ortega recuerdan al manga tradicional, la trama resulta sencilla y, sinceramente, un acierto para los que como yo queremos adentrarnos en este mundillo.

¿Qué historia cuenta Himawari?

Ortega nos ubica en el Japón feudal, concretamente en 1859, justo al final del Periodo Edo; momento histórico del que ya hemos hablado en otras ocasiones, como en la reseña de La cortesana y el samurái de Lesley Downer. Japón, tras más de dos siglos de aislamiento bajo el shogunato Tokugawa, se verá inmerso en una guerra norte-sur; los leales al shogun y los seguidores del emperador; los tradicionalistas y los que abogan por abrirse al mundo. Esta es la guerra en la que luchó el protagonista de los famosos manga y anime Rurouni Kenshin.

Himawari y Shunya son dos hermanos que, siendo niños, ven como asesinan a sus padres y queman su hogar. Los asesinos, además, les roban una espada, gemela de otra que conservan. Durante años siguen la pista de la katana robada para vengar a sus padres. Sus pasos les llevan ante el feudo de un daimyo que los acoge; ellos se ponen a su servicio con la esperanza de recabar pruebas para así reclamar justicia.

Nos hallamos pues ante una historia de venganza, pero Himawari es más que eso; también presenta un duro conflicto entre dos hermanos, el confuso paso entre el amor y el odio, la redención y el perdón. Himawari conocerá sus propios límites y hasta dónde está dispuesta a llegar por cumplir con su objetivo. Nuestra protagonista es una joven decidida, inteligente y valiente, y desde luego, imperfecta; por desgracia es el odio y el rencor los que mueven sus pasos y, de manera inevitable, eso conlleva unas consecuencias. Prefiero no profundizar en el resto de personajes porque es muy fácil caer en el spoiler. Sí puedo decirte de ellos que cada uno tiene su propia historia y motivaciones, no son secundarios segundones que bailan al son de la protagonista.

No esperes un final cerrado y bien atado, la propia autora admite preferir un final abierto para que el lector imagine los pasos siguientes, o quién sabe si para crear a segunda parte.

La presentación

Belén Ortega es una apasionada de Japón y de manga y anime como Sailor Moon Rorouni Kenshin, y en sus dibujos se percibe la influencia; no obstante, esta ilustradora goza de un precioso estilo propio. La historia de Himawari es una trama sencilla de seguir y bien presentada, los flashback y los cambios de escenario quedan claros. Los personajes están bien definidos, su físico y su carácter. Es fácil entrar en la historia y en las escenas, y hay dinamismo entre las viñetas. Los flashback resultan más oscuros, remarcando que son recuerdos, por lo que es difícil que se produzca confusión y en todo momento sabemos dónde nos ubicamos.

Esta es una historia de samuráis dividida en siete capítulos, cada uno de ellos lleva por título uno de los preceptos del Bushido (el código de conducta samurái): cortesía, honradez, compasión, valor, lealtad, sinceridad y honor.

En mi opinión, el manga ideal si eres nuevo en este mundillo y no sabes por donde comenzar. La lectura es ágil y embaucadora, la historia tiene una trama sencilla y la complejidad está en la psicología de los personajes, en sus deseos y en sus acciones. Por mi parte, me gustaría un Himawari 2.

 

Y para terminar el post de esta semana te dejo una nueva escena del Proyecto Kitsune, si te ha gustado esta reseña, suscríbete y comparte.

 

La noche se había cernido sombre el poblado y en la vieja taberna de las afueras había tanto bullicio como de costumbre. Un hombre entró. Tenía aspecto sombrío y parecía mayor de lo que en realidad era. Sus pasos lo habían llegado a lo largo de todo el país hasta llegar aquel antro de mala muerte. Buscaba a alguien, a una mujer miserable, rica y poderosa entre los pobres; aquella que lo había arrancado del pecho de su madre al nacer para venderlo a una familia acaudalada. De ella no sabía ni su nombre, tan solo que le faltaba el meñique de la mano izquierda.

Se acercó a la barra y una mujer hermosa y de gesto tosco lo miró con desdén. Él pidió un vaso del vino más barato y esperó. La mujer abrió una botella y sacó un vaso de barro, sirvió y entonces se dio cuenta, a aquella mujer le faltaba el meñique de la mano izquierda…

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