Hoy retomamos el proyecto Adopta una autora, del cual puedes saber más en este enlace. Mi autora adoptada es la británica Lesley Downer, especializada en la Historia de Japón y, más en concreto, en la mujer japonesa. En este caso no hablaremos de una novela, como La última concubina o La cortesana y el samurái; sino de Madame Sadayakko, la geisha que conquistó occidente, una biografía de una geisha y actriz conocida en occidente como Sada Yacco. Por lo tanto, no esperes una narración emocionante propia de una novela, es más bien una exposición de la vida de esta fascinante mujer; y no por ello deja de ser un libro muy interesante con una gran labor de documentación detrás.

Para mí este libro es un viaje y al pasado y alrededor del mundo.

 

Viaje a través de las páginas

La vida de Kawakami Sada da comienzo en plena Restauración Meiji, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones. Tras una larga guerra, la casta samurái desapareció y Japón, tras más de dos siglos de aislamiento, tuvo que adaptarse al mundo que tanto había cambiado. Siendo muy pequeña, comenzó a formarse como geisha y, al crecer, no tardó en llamar la atención de personajes importantes, como el Primer Ministro Ito Hirobumi, que se convirtió en su amante y mecenas. Llamaba la atención por su particular belleza y encanto y, desde luego por su talento, por su arte para el canto y la danza y por su inteligencia. Aunque como dictaba la regla esencial de las mujeres japonesas: “una mujer inteligente nunca deja el que hombre sepa lo inteligente que es”; por lo que durante muchos años permaneció a la sombra de su esposo, el revolucionario actor Otojiro.

La vida era muy dura para los artistas, los actores, llamados “mendigos de río”, eran tratados con desprecio y Otojiro pronto se vio terriblemente endeudado. Finalmente, decidieron probar suerte y viajar a Estados Unidos con una pequeña compañía de unos quince actores. Imagina, finales del siglo XIX, en una época en la que la información se movía mucho más despacio que hoy en día, desembarcar sin apenas dinero a un país totalmente desconocido, en el que hablan una lengua extraña y cuyas costumbres son tan diferentes a las tuyas. Fue muy duro abrirse camino y la compañía estuvo a punto de morir de hambre, literalmente. Viajaron a San Francisco, Seattle, Boston, Chicago y Nueva York. En solo seis meses, ganaron cierto reconocimiento y Yakko, poco a poco, se convirtió en una estrella. Otojiro compredió que, en aquel país, las mujeres eran actrices como los hombres (cosa impensable en Japón) y que muchas de ellas eran divas admiradas por el público; supo que la clave del éxito era Yakko y él tuvo que pasar a un segundo y discreto plano.

Yakko se adueñó de los escenarios, adaptaron obras japonesas al público occidental e hicieron versiones japonesas de obras clásicas europeas, como HamletLa dama de las camelias. Actuaron también en numerosas ciudades europeas, como Londres, París, Berlín o Viena; entre el público, en muchas ocasiones, se encontraban reyes o ilustres líderes políticos. Sin duda el episodio más importante de esta etapa fue la Exposición Universal de París de 1900, donde el mundo del arte y la cultura se enamoró de Sadayakko. Muchos artistas quisieron inmortalizarla en sus obras, el mismísimo Rodin quiso que posara para él, pero ella ignoraba que fuera un escultor tan importante y lo rechazó. Quien sí la retrató fue Pablo Picasso.

Sadayakko, icono femenista

A su regreso a Japón, en 1908, Sadayakko había cambiado. La sociedad victoriana, lejos de ser la panacea del feminismo, supuso para ella una liberación. Podía hablar, expresarse, mantener conversaciones con quien quisiera, no tenía que estar a la sombra de nadie y era admirada por su trabajo de actriz. En una ocasión dijo:

“Las mujeres en Japón no gozan de la misma estima que aquí. No reciben educación ni tienen las oportunidades de las que gozan los hombres. Toda mi vida he creído que las mujeres podrían hacer muchas cosas igual que los hombres si tuvieran las mismas oportunidades. ¡Cuántas veces he soñado con poder visitar países de Occidente, donde las mujeres pueden ser alguien! Y aquí estoy, más sorprendida de lo que soy capaz de explicarle ante el respeto con que se trata a las mujeres en todas partes. En Japón, la mujer hace todo tipo de sacrificios y acepta todo tipo de penurias por el hombre. Aquí los hombres aman a las mujeres hasta el punto de sacrificarse y sufrir por ellas. En mi sociedad la mujer no es nada; aquí, lo es todo. Nunca olvidaré cuánto valoran los hombres a las mujeres estadounidenses, y cuando regrese a Japón espero poder ejercer cierta influencia para conseguir que mis compatriotas femeninas adquieran mayor relevancia en la vida de la nación”.

A esas alturas, Otojiro, había dejado el escenario y se centró en sus funciones como director y agente de la compañía que llevaba el nombre Sadayakko. No fue fácil, sin duda. Hasta el momento, en Japón las mujeres no podían ser actrices, pues las que se atrevían eran consideradas como vulgares prostitutas. Pero una rica, afamada e influyente Sadayakko puso su empeño en que aquello cambiara y fundó una escuela de interpretación para actrices.

Poco después, Otojiro murió de apendicitis, y Sadayakko volvió a casarse con un antiguo amor de la juventud, Momosuke, que se había convertido en un importante empresario. El problema era que Momosuke estaba casado, podrían haber sido amantes, pero el código de conducta de las geishas le impedía alejar al hombre de su legítima esposa. Para la sociedad japonesa del momento, aquello fue un escándalo. A pesar de todo, los negocios de ambos prosperaron y ella siguió actuando hasta 1917, año en el que anunció su retirada. Entonces trabajó en la industria textil y más tarde fundó la Escuela de Música y Teatro para Niños Kawakami en Tokio.

Tras sufrir los estragos de la Segunda Guerra Mundial, murió de cáncer en 1946, olvidada por el gran público al que le costaba perdonar su obstinación y sus intentos en destacar y no permanecer la sombra de un hombre.

Choque de culturas

Downer, como siempre, se recrea con una maravillosa ambientación, nos transporta a otro mundo; desde el Tokio de la Restauración Meiji hasta el Londres victoriano. Describe con gran meticulosidad ciudades como San Francisco, Nueva York, Londes y París; vemos a través de sus ojos y los de Yakko, cómo eran estas ciudades hace más de cien años y cómo eran las personas que las habitaron. Sin duda, para una mujer japonesa criada en una sociedad tan cerrada y tradicional, verse inmersa en un mundo tan distinto tuvo que ser muy impactante. Y del mismo modo, para la sociedad victoriana de la época, que había oído hablar de Japón, Yakko y su compañía debían de ser de lo más interesantes. Para ellos, Yakko resultaba una mujer fascinante y exótica.

Un periodista la describió así:

“Sada Yacco es como un hermoso bajorrelieve de marfil, radiante en sus sedas y brocados. ¡Y cómo baila la geisha! Flexible igual que una rama de sauce, con el kimono escarlata y blanco ciñendo su ágil figura y envolviéndola como lenguas de fuego, adopta exquistas poses que nos hacen rememorar esas elegantes figuras que han decorado nuestras más selectas obras de arte y curiosidades. No es de extrañar que esta geisha haya hechizado a todos los viajeros del Florido Reino, ya que como actriz representa el epítome de la gracia y la dulzura.”

En aquella épica los japonismos estaban de moda, del país del sol naciente llegaban hermosas telas con las que las damas se vestían, retratos y fotografías, biombos, jarrones y relatos de intrépidos viajeros. Obras como Madama Butterfly de Puccini eran un éxito. Y allí, ante ellos, tenían a una mujer japonesa de carne y hueso que representaba a la perfección su arte y su cultura. Incluso se puso de moda un modelo de vestido estilo kimono llamado “Sada Yacco”. Sin duda, podemos considerar a Sadayakko una embajadora del arte nipona en occidente.

Espero que te animes a leer este libro, como obra histórica es una joya y para aquellos enamorados de la historia de Japón, me parece imprescindible. Como siempre, te dejo el reto del Proyecto Kitsune de esta semana. También te animo a conocer el proyecto Adopta una autora y a adoptar una autora en este link, Si te ha gustado, comparte y suscríbete, gracias por leer cada semana.

 

Fue a ver aquel espectáculo sin demasiadas ganas,  tan solo por compromiso. A ella no le entusiasmaban aquellas reuniones tan concurridas y bulliciosas, tanta gente aplaudiendo, vitoreando o abucheando; música ensordecedora y unos actores y bailarines cuyos gestos y expresiones le parecían forzados y poco creíbles.

Los espectadores se amontaron empujándola hacia el escenario, los ricos observaban desde sus palcos, como dioses que contemplan impertérritos su creación, dudando entre amarla o destruirla. Las notas de aquel extraño instrumento comenzaron a sonar con timidez y retumbaron en su cabeza. La sala enmudeció, todos aguardaban con gran expectación la salida de la estrella de la compañía: una joven que, poco a poco, se había ganado una gran fama por todo el país. Era absurdo negarlo, todos estaban allí por ella. Entonces apareció la delicada bailarina y ella contuvo el aliento sin poder apartar la vista de los delicados pies desnudos que se movían con sigilo serpentino, de su cadera cadenciosa y de sus brazos que se agitaban como movidos por el aire. Y por supuesto, no podía dejar de contemplar extasiada el rostro y la mirada ausente de la bailarina…

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