Por increíble que parezca, estoy de vuelta. ¿Por qué? ¿Qué ha podido ocurrir para que una servidora encuentre una razón por la que rescatar este blog? Pues tiempo libre y, sobre todo, una motivación. Esa motivación ha venido de la mano de Netflix y de la serie de animación adulta (ojo, no es un anime) Samurái de ojos azules. Una serie de ocho capítulos que me ha sorprendido con cada plano, con cada diálogo y con cada personaje. Sin duda, una de las mejores series que he visto este año y ahora te explicaré por qué. Por supuesto, sin spoilers, como siempre.

 

 

Sinopsis

 

Ubiquémonos. Japón. Recién iniciado el Periodo Edo (inicios del s. XVII), el nuevo Shogun ha prohibido todo contacto con el extranjero, salvo en una isla a través de la cual se mantienen relaciones comerciales con Europa (Nagasaki, se supone). Durante las décadas anteriores, varios occidentales viajaron a Japón con fines religiosos, políticos y comerciales, lo que dio pie a que nacieran numerosas personas mestizas, hijas de europeos y japonesas. Por desgracia, estos hijos no solían ser bien vistos y se veían convertidos en parias sociales. Ahí es donde entra Mizu (en japonés significa “agua”), nuestro samurái protagonista, descendiente de una mujer nipona y de uno de esos europeos.

Esta es sin duda una historia de venganza. Mizu no tiene claro quien fue su padre, tan sólo cuenta con cuatro nombres y su objetivo es matarlos a todos, ya que considera que han hecho de su existencia una desgracia, pues Mizu se ha criado en un entorno hostil, todos a su alrededor lo consideran un demonio y, como tal, ha crecido.

 

 

A lo largo de los ocho episodios, vamos conociendo su pasado y sus razones. La vida lo lleva a convertirse en alma sedienta de odio y venganza (difícil no acordarse de Kill Bill en algunos momentos).

La historia de Mizu se ve entrelazada con la de Akemi, hija de un importante daimyo de Tokio. La trama de Akemi nos abre un interesante abanico de personajes secundarios que vivirán intrigas políticas, romance y traiciones, salpicada de un bonita reflexión sobre el papel de la mujer en la época. Akemi es una joven que no quiere resignarse a lo que la vida le tiene preparado, un personaje fuerte que madura con cada capítulo. En realidad, todos los personajes tienen profundidad y una psicología bien trabajada. Quizá los ames, quizá los odies, pero no te dejarán indiferente.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que el guion se toma ciertas licencias en cuanto a nombres (no oirás el nombre Tokugawa en ningún momento), y en algunos detalles de ambientación, como el curar heridas con puntos. En aquella época, era extraño que el pueblo llano japonés utilizara una técnica de curación occidental como es el coser las heridas. Si os interesa este tema, David B. Gil lo explora más en su novela El guerrero a la sombra del cerezo, puedes leer más sobre ella aquí.

 

 

No quiero profundizar más en este punto, pues me da la sensación de que, a poco que os cuente, os voy a destripar la narración que, os prometo, es muy redonda y todo encaja a la perfección. Sí os puedo decir que, en algunos momentos, puede recordaros a un western: Mizu tiene unos andares muy a lo Clint Eastwood y su silueta, coronada por un sombrero de ala ancha, es una clara referencia al maestro cineasta (esto no me lo he inventado, lo dicen los creadores, que conste). Pero no olvidemos que el western bebe del chambara y del cine de Kurosawa, así que ambos géneros han ido de la mano influyéndose el uno al otro durante décadas.

 

Técnica a favor de la estética

 

Nos hallamos ante una serie visualmente bellísima. Se trata de una animación 3D en la que se ha aplicado ciertas texturas y renderizados para darle un aspecto de bidimensional. Esta técnica, bien llevada, permite mostrar de manera global y desde distintas perspectivas la acción, como si fuera un live action, pero mantiene la sensación de estar viendo una obra pictórica viva. Esto es algo que hemos visto en las últimas películas de animación de Spiderman y en otras que se han decantado por un estilo más “artístico” que realista, como El gato con botas: el último deseo.

 

 

Sobre las animaciones, aunque lo parezca, no se utiliza la técnica de captura de movimiento, sino referencias. Todas las coreografías (son muy imaginativas, ágiles y claras), fueron filmadas por expertos y sirvieron como base a la hora de crear los storyboards.

En cuanto estilo, podemos afirmar que estamos ante una animación adulta en la que se ha cuidado cada plano en cuanto a composición, paleta de color e iluminación. En definitiva, un proyecto visualmente muy ambicioso y, temo, que si no goza del suficiente éxito, nos quedemos sin una segunda temporada, así que por favor, ¡dale una oportunidad!

 

Banda sonora de lujo

 

Pues eso, para rematar, esta serie tiene una música que es una maravilla, ideal para amenizar una tarde de lectura o una partida de rol. Sombría, envolvente y compuesta por Amie Doherty. Si no me crees, la tienes disponible en Spotify y en Youtube.

 

 

Y sin más, me despido. Espero que haber despertado tus ganas de ver Samurái de ojos azules y espero que la disfrutes tanto como yo.

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